En las últimas semanas han pasado tantas cosas, algunas muy buenas, tanto que a veces me sorprende que sea mi vida, otras que me hacen preguntarme que demonios estaba pensando.
Hace poco tuve una conversación poco placentera con alguien sobre la violencia en México, estaba nerviosa por algunos sucesos reciente en Guadalajara, y me sentía vulnerable. Cuando iba para mi casa me sentí como si algo se me hubiera muerto por dentro, la esperanza de que vería un México mejor, si no libre de violencia, con menos impunidad. Pero escuchar de alguien que debería de estar sensibilizada con la violencia decirme “ah si los narcos”, como si nada fue como un puñetazo en el estómago.
Nunca puedo hablar de este tema con mis amigos mexicanos, cada vez que toco el tema, por alguna razón hay una sensación de que estamos hablando de algo tabú, es un tema incómodo. Nadie quiere admitir el elefante en el cuarto, que vivir en México es un laberinto en el que nunca sabes en quién confiar. Las pocas personas que han podido hablar conmigo abiertamente del tema me han dicho que se irían del país (y que sí podía irme que me fuera).
Verónica Calderón periodista mexicana dijo algo sobre el coronavirus que me pareció describía muy bien como me siento viviendo en México.
“La mezcla de desamparo, indignación, desconcierto, angustia, cansancio, tristeza y algo de esperanza de todos los días es muy difícil de definir.”
Ella hablaba del Coronavirus, pero para mi va más allá del virus.
Vine a México con tantos sueños, con tantas ganas de conocer mi país, a esta cultura que aprendí de forma remota, tenía tantas ganas de conocer a esa familia lejana, de visitar el pueblo de la niñez de mi mamá. Quería visitar la casa de la familia en Chicontepec, Veracruz. Quería hacer cine con toda la gente creativa increíble, quería ser más mexicana.
Hoy ya no sé que hago aquí, hay días en que no quiero salir de casa, y no es por la pandemia, hay momentos en que camino por la calle, escucho un ruido y mi corazón se para pensando que son balazos. Veo a la gente vivir su vida como si nada sucediera y no entiendo que sucede, porque no hacemos nada. Yo no hago nada.
Tal vez siento como ellos que no puedo hacer nada, tal vez tienen miedo de la represión del gobierno o de cualquier otro grupo que vea amenazados sus intereses; la gente desaparece en este país y nadie hace nada, ¿qué pasaría si yo salgo a protestar y no regreso? No pasaría nada. Sería una estadística más que a nadie le duele.
Vemos a los familiares de las víctimas de la violencia por las calles protestando con un cartel que lleva la foto de esa persona que perdieron y por un momento recordamos que las cosas no están bien, pero es demasiado doloroso, y simplemente los olvidamos.
Los enterramos con todas las otras tragedias del mundo y nos convencemos de que andaban en malos pasos, que eran personas malas o que simplemente les tocaba.
Hay gente en la Ciudad de México se queja porque hay otra marcha y llegarán tarde a casa o al trabajo, como si pensaran que sus protestas son poco válidas.
Por mi parte he llegado a la conclusión de que vivir en México tiene cada vez menos sentido porque yo no quiero también normalizar la violencia, no quiero que me deje de doler.
Me pasé días leyendo sobre este tema, y aunque se ha estudiado poco empezamos a ver que si hay efectos para la población en general de vivir en esta situación.
Aún así salgo a pasear a mis perros y me digo que tal vez las cosas no están tan mal (el país sigue funcionando no?) y pretendo (como buena mexicana tal vez) que yo sí estoy segura.