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No era posible

Estoy acostada, mirando el techo de madera clara de mi habitación. La cama es grande. En mi pecho está mi pequeño amor, soñando ya, contento y seguro bajo mis alas. 

Hace más de un año me convertí en su mamá. A veces me pregunto por qué no hice tal o cual cosa antes de su llegada, por qué si nada más ha cambiado, si no tengo más conocimiento, si no tengo más herramientas de pronto después de su llegada es cuando sí puedo hacer estos proyectos que llevan años fermentados en mi mente. 

Creo que cuando nació Benjamín también nació otra Cyndi, una Cyndi que por fin se la cree, una Cyndi que ya no pide permiso porque ahora cree en hacer las cosas a su manera. 

Desde la llegada de Benjamín solo quiero enseñarle a ser su mejor versión y como enseñarle eso que yo misma no puedo ser, entonces tengo que ser, tengo que honrar a mi niña interna para poder enseñarle con el ejemplo. 

Ahora son posibles cosas que antes no lo eran, nada cambio, pero sí todo cambió. Yo cambié, ese renacer de madre me ha quemado hasta los miedos, caminando con valor todos los días me siento ahora capaz de tanto más.

No tengo certezas, pero ahora no me quita el sueño la incertidumbre. Camino todos los días de la mano de mi niño, y tal vez el es el que ha inspirado todo esto, tal vez su presencia era lo que me faltaba, no porque haga todo por el más bien porque el reto de ser mamá es el reto más grande y si esto lo puedo lograr, lo demás también.  

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Permiso para ser una mamá y documentalista imperfecta

Después de que nació Benjamín me di cuenta que el fuego de lo que amo hacer apenas estaba encendido, que no se iba a apagar y que tal vez un día no muy lejano iba a arrepentirme de no intentar hacer mi documental. 

A principios de este año contacte a una cineasta de Ecuador que también es mamá. Quería que me contara como había hecho para hacer sus películas mientras también criaba a sus hijos. Durante años pensé que la única forma de hacerlo era descuidar a mi pequeño y fue una de las razones por las que demoré la maternidad. 

La reunión no se ha dado, y el documental ya está en marcha, creo que le escribí a esta persona para que me diera alguien permiso de hacer esto. Quería que alguien me dijera que lo iba a lograr, que no iba a fracasar, aunque no fueran mas solo palabras de aliento. 

Ahora entiendo esto. Terminé dándome permiso yo misma de hacer el documental que pudiera hacer, incluso antes de que naciera Benjamín cuando estaba ya en el último mes de embarazo pensé mucho en esto. Durante años estuve esperando a hacerlo de la forma correcta. Eso tal vez no existe y ahora he decidido hacerlo. Punto. Lo estoy tomando como una experiencia más que quiero tener, cada fracaso que tenga en el camino será una enseñanza, pero también será un paso más para lograr mi meta. Seré como el bambú, firme en mis objetivos, pero flexible en cómo alcanzarlo. 

El equipo del documental se está armando, con gente que llega de lugares un poco inesperados, pero confío en este proceso, confío en que es la gente correcta para lograr este gran desafío. 

Me he dado permiso de ser una mamá imperfecta, y supongo que también de ser una profesional que comete errores y no logra siempre lo que desea pero que aprende cada día. Es de alguna forma liberador. Ahora que me he quitado la idea de hacerlo todo bien la energía empieza a fluir y todo se siente más ligero, se ve más posible. 

Todavía me gustaría conocer a otras mamás que hacen cine, creo que si hay pocas mujeres haciendo este oficio, hay menos que sean madres. Tal vez mi voz ahora es más importante. Tal vez. 

Se abre un nuevo capítulo. Cambio y fuera desde el satélite de Venus.

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Me enfermé de COVID en el 2022 – Esto es lo que aprendí

Ya es 2022 y parece que últimamente de lo único que escribo es de esta pandemia. Ciertamente en los últimos meses han pasado muchas cosas interesantes positivas. Me vuelvo a mudar de país.

Justo antes de la gran mudanza (si a esta le estoy llamando la gran mudanza y ya verán porque) quisimos volver por unos días a Ciudad de México, mi ciudad. Mi esposo se encontró con sus compañeros de trabajo por allá, y honestamente después de más de 2 años de una vida bastante aburrida, pensamos que era seguro hacer esta reunión con colegas y amigos. Finalmente quitaron el uso de mascarillas donde vivimos, en CDMX el semáforo del COVID estaba en verde. ¿Qué podría salir mal?

De los colegas de mi esposo la mitad se contagiaron de COVID, en la primera semana de nuestra estadía de dos semanas. Mi esposo se contagió y obviamente me contagió también a mi.

Ahora si esto fuera así de simple no habría mayor problema, te contagias, te haces un test, sale positivo, te aíslas, evitas que la gente a tu alrededor también se contagie.

Aquí es donde la cosa se pone complicada, resulta ser que los test preventivos no sirven (por lo menos en nuestro caso no fue así). No sé si es el hecho de que estamos vacunados, pero los test no detectaron el virus lo suficientemente rápido para evitar que un grupo de personas puedan verse durante un par de días y no contagiarse si uno se contagió, digamos en el avión de camino a la reunión.

El día siguiente que llegaron los colegas de mi esposo todos se hicieron una prueba rápida con la esperanza de que si alguien se había contagiado pudieran evitar un contagio masivo. Todos dieron negativo.

Hicieron sus actividades normales, fueron a comer, a las pirámides, y por precaución, volvieron a hacerse otro test dos días después. Solo que en esta ocasión uno de ellos dio positivo.

Mi esposo había pasado con esta persona en contacto cercano durante todo el día anterior, sin mascarilla. Para mi era obvio que también el estaba contagiado y por lo tanto yo probablemente.

Intentamos no entrar en pánico, y para tener un test seguro fuimos a hacernos una prueba PCR, además de la prueba rápida (que había salido negativa). La prueba PCR salió negativa. Dos personas más del grupo se hicieron pruebas PCR, todas negativas.

En ese momento pensamos que habíamos logrado vencer al virus, habíamos hecho lo correcto y lo habíamos atrapado a tiempo. Error.

Para este punto ya estábamos contagiados porque nadie volvió a tener contacto con la persona con el test positivo y aún así días después muchos de nosotros empezamos con síntomas, e incluso una persona le hicieron un test de rutina en un aeropuerto de Canadá (no tenía síntomas) y dio positivo.

Procedimos a cancelar todos nuestros planes y nos aislamos, un par de días después de los tests negativos y habiendo visto a varias personas en esos días. Yo incluso fui a un evento con muchas personas aunque por suerte en CDMX para estos eventos todavía es necesario traer mascarilla. Avísamos a las personas y cruzamos los dedos para no haber infectado a nadie más. (Parece que no contagiamos a nadie).

Después de unos días miserables empezamos a mejorar y nos fuimos a casa.

Moraleja:

1. El virus es muy contagioso, el periodo de incubación depende mucho de la persona, y los tests no sirven para evitar contagiar a otras personas.

2. Hacer reuniones con gente que viene de muchos lugares distintos por cortos periodos de tiempo es el coctel perfecto para enfermarse de COVID.

3. Las vacaciones cortas con otras personas que requieran vuelo en avión a otro país quedan absolutamente descartadas.

4. Los planes de vacaciones deben tener (hasta que no haya forma de prevenir la infección) un plan de contingencia con recursos para poder aislarse durante por lo menos una semana extra en donde hagas vacaciones.

5. La vacunación hizo más tolerable la enfermedad, pero aún así el virus no es ningún chiste.

6. Volveremos a usar mascarillas y a tomar precauciones sobre todo hasta que no haya una forma real de prevenir la infección porque las vacunas solo ayudan a prevenir que el virus te mate o te mande al hospital.

Todavía tengo algunos síntomas de Covid, la congestión nasal no se ha ido, así como el cansancio. Estoy ya en la segunda semana de esta historia. Sabemos que tenemos mucha suerte de estar vacunados y que nos haya dado casi todos los síntomas leves, aún así:

Tener COVID apesta.

Cambio y fuera.

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Definiendo mi propio éxito

Hace no mucho hubiera dicho que ser exitosa era ganar premios (y dinero) haciendo cine.

Según yo esto era cool, algo que también he tenido como una métrica sobre la vida.

Era tan doloroso el lugar desde donde salía esta definición del éxito que durante mucho tiempo no profundice en por qué estaba dejando que esto definiera mi vida.

Finalmente este año, después de terapia, coaching y perdonar, decidí darme ese gran abrazo a mi misma y decirme que soy valiosa sin importar lo que digan los demás.

Este mes cumplo 34, septiembre es mi mes favorito y quise escribir esto aquí un poco como siempre para mí, y para ti.

Definir el éxito bajo tus propias reglas es una de las cosas más liberadoras. Esto significa simplemente imaginar la vida que te hace feliz a ti. No se trata de momentos aislados en la vida, sino de cómo quieres pasar la mayor parte de tus días.

Definitivamente no quiero pasar mis días definiendo mi valor por lo que otros piensen de mi trabajo o de mi. Tampoco quiero solo trabajar hasta otro burnout…

Lo que si quiero y he definido como éxito es:

Ganar dinero haciendo algo que ame, aporte a otros (en especial mujeres) y me de flexibilidad.

Libertad de vivir en donde me guste, por el tiempo que quiera, sin atarme a ningún lugar realmente. (Eso de vivir en un solo lugar y sentar cabeza es totalmente ajeno a mi naturaleza).

Compartir la vida con la gente que me importa.

Disfrutar momentos de reflexión. No correr. Accionar con intención.

Cuidar de mi cuerpo, hacer yoga a diario, comer delicioso y sano. Darme chance de ser la que soy en cada momento. Con lonjitas o con abs fuertes, con mucha energía o con ganas de dormir.

Crear proyectos que me hagan sentir viva para mi misma y para los que quieran participar en la experiencia.

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Esto suena hasta raro pero sí estoy orgullosa de la vida que he creado y de lo que he logrado, he vivido en diferentes países, me siento saludable, fuerte, tengo amigos en muchos lugares, una familia que me apoya, y la capacidad de crear negocios, oportunidades y proyectos que me importan.

Soy ya un éxito, no siento que me falta nada, y siento que hay tanto todavía por vivir, por explorar, por soñar. Me siento como un ser abundante, con amor para dar, con una vida en la que todo es posible.

Todo lo que venga es una cereza en el pastel de una vida increíble.

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No fotógrafos y las redes sociales

Mi curso de fotografía para redes sociales es por mucho mi curso más pedido y el que más veces he dado. A pesar de que las redes sociales existen desde hace ya algún tiempo la gente sigue necesitando aprender a comunicar sus ideas a través de imágenes, y gracias a que ahora todos tenemos una cámara en nuestro bolsillo (hola celulares) pensamos que no toma mucho crear ese contenido que vemos en cuentas de influencers que admiramos.

Foto de nuestra plataforma PICTOLARIA. Tomó 3 horas la sesión de fotos.

La verdad es que tener una cámara en la mano no nos hace fotógrafos, la otra gran verdad es que detrás de todas esas fotos que según dicen toman en momentos “espontáneos de la vida” son altamente planeadas, tienen detrás de la cámara (normalmente una cámara profesional o semi profesional) una persona experimentada en fotografía y alguien que ha ensayado durante años poses y como verse lo mejor posible en una foto.

Sí esa foto que parece que tomó dos segundos tomar, tomó años de preparación, días de pensar en los detalles, y a veces horas de edición en un programa de fotografía.

Foto tomada con lente macro (costo aproximado del lente 899 dólares)

Claro, a veces hay gente que toma una gran fotografía por suerte, con un celular, pero la mayor parte del tiempo, aún la gente que usa su celular para llenar sus redes sociales, no son personas que a la primera tomaron buenas fotos. Porque la cámara de tu celular es como cualquier otra cámara, es una herramienta a la que le puedes sacar provecho si sabes cómo.

Fotos editadas en Photoshop, tomamos ese día más de 100 imágenes. Detrás había gente que eliminamos en post producción.

Quiero desmitificar esto, porque mientras más doy mi curso, me doy cuenta que cada año la gente tiene estas expectativas ridículas de que un curso, un taller, 3 días de practicar con su celular van a darles los mismos resultados que un profesional que ha pasado años perfeccionando su arte.

Intento todo el tiempo mencionarlo, pero a veces dudo si el mensaje llega. Para tomar buenas fotos se necesitan dos cosas: práctica y tiempo. Mientras más fotos malas tomemos más cerca estamos de las fotos buenas.

Mi clase de fotografía es una clase que está diseñada para generar esa curiosidad, para darles herramientas bases, para enseñarles a mirar el mundo con los ojos de un fotógrafo. Les doy tips para hacer sus fotografías mejores con pasos sencillos, pero de ninguna forma es una cura mágica o un remplazo a contratar a un fotógrafo profesional.

La verdad es que si no quieren invertirle el tiempo que requiere convertirse en un fotógrafo, es mejor que le paguen a alguien que sí está apasionado por hacer fotografías o pagar por un servicio como Pictolaria con fotos listas, para que se puedan concentrar en lo que son realmente buenos y buenas. No hay NADA de malo con eso. No hay porque ser buenos en todo.

La calidad cuesta y es algo de lo que también nos hemos olvidado en el mundo de las redes sociales. Quieres un trabajo bien hecho, tomate el tiempo de hacerlo, o no tengas expectativas ridículas, y si no te sale, no te gusta o no puedes, no tengas miedo de pedir ayuda.

Otro hecho es que a veces las fotografías menos pulidas pueden ser una ventaja porque la gente siente que estamos siendo más auténticos y eso puede aumentar la confianza en nuestra marca, para eso han funcionado muy bien las redes sociales, para hacer más humanas a las marcas que se ven perfectas e inalcanzables. Snapchat explotó eso al máximo y luego Instagram copio esta fórmula.

Si las redes sociales más visuales no son lo tuyo, hay alternativas. Podcasts, e-mail marketing (funciona todavía), o las redes sociales de la vida real en la que interactuas con la gente (eso ya va a volver).

No es necesario que todos seamos fotógrafos aunque nos hayan hecho creer lo contrario.

Desde el satélite de Venus, cambio y fuera.

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1 año en pandemia

¿Qué sucedería si todos tuvieramos durante un año que enfrentarnos a nosotros mismos?

¿Qué sucedería si tuvieramos que poner en la balanza lo que es realmente importante?

365 días en aislamiento social. 365 días, sus horas y minutos para dejar de mirar hacia afuera y mirar hacia adentro.

Este espejo que ha sido la pandemia, es como un accidente de auto, de esos que nadie ve venir, de pronto estábamos ya en la mitad de la colisión, las piezas de nuestras vidas volando, caemos, y luego antes de que podamos hacer sentido de nada, un nuevo choque, y así durante incontables días.

1 año en pandemia, mi cuerpo no es el mismo, mi cabello adelgazó, se cayó, volvió a crecer, perdí peso, lo gané, lo volví a perder. Mis músculos se fortalecieron, mis pulmones se sienten más sanos. Me duele todo a veces, y no sé porque.

La vida antes de la pandemia ya no existe, los planes, los sueños, todo ha quedado postergado, cancelado. Nos ha quedado este silencio dentro de las paredes de nuestras casas, las fiestas que ya no serán, los abrazos que tenemos que imaginar a través de videollamadas.

Aprendimos a encajar nuestra vida dentro de nuestros hogares, que se volvieron prisiones y santuarios, refugios para unos, lugares peligrosos para otros. Nos vimos claros en nuestros privilegios, porque quedarse en casa en medio de una pandemia es un privilegio.

El mundo de afuera parece que sigue igual, los pájaros siguen cantando, el sol sale y se oculta, en los peores días las calles estuvieron vacías, en otros momentos el movimiento volvía a la ciudad.

De pronto vivir lejos de mi familia se volvió intolerable, la paranoia me empezó a carcomer los rincones más luminosos de mi alma, hasta que solo quedo un vacío y una tristeza tan vasta que no alcanzaba a ver el final.

He sonreído poco, he pasado horas mirando el blanco del techo de mi habitación, intentando procesar la incertidumbre, intentando que mis ojos no se sequen frente a una pantalla.

La casa se lleno de plantas: suculenta, lima-limón, bugavilla, montsera, horquídea, cáctus, nochebuena. Los perros fueron felices, los paseos diarios se volvieron un paréntesis para salir de casa. A veces conversar con otros paseadores de perros, a veces sentarnos sobre el pasto húmedo y mirar las estrellas.

El roomate se convirtió en todo el universo, nos conocimos más, nos reconocimos en nuestros miedos y en nuestros sueños. Nos abrazamos en la cama y nos apretamos tanto para no dejar que la soledad se colara.

No pasa nada, pero la vida ha continuado, descubrí que soy más que mi título, mire honestamente a mi vida, descubrí que lo que tanto quería venía de un lugar de baja autoestima, que había buscado durante demasiado tiempo las respuestas afuera, cuando todo estaba en mi interior.

Empecé a preguntarme el sentido de los últimos 10 años. Encontré a la niña perdida, encontré de nuevo esa sensibilidad que había enterrado. Dejé de empujarme a los límites, y bajé las armas. Dejé de pelear y empecé a confiar.

Me abracé a los pequeños milagros de la existencia, y la calma llegó como llega un amigo al que no has visto en mucho tiempo. Respiré, medité y le di pausa a mis pensamientos.

Un año en pandemia para entender que la relación más importante es la que tengo conmigo misma, que mi potencial está intacto, que mis sueños siguen vivos, que los pensamientos destruyen más rápido que cualquier virus. Un año para unir el corazón y la mente, el conocimiento y la intuición, para escuchar mi sabiduría interna.

He recogido las piezas de mi vida, y celebro hoy que sigo aquí.

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Desvestir el alma

¿Alguna vez has tenido una conversación con alguien y te has sentido conectado, como si esta persona te viera? y no solo en el sentido de la vista, sino en el sentido de entenderte como persona, mirar más allá de las apariencias, más allá de tus inseguridades. ¿Has sentido alguna vez que alguien puede ver quien eres realmente?

No hay mucha gente que me haya hecho sentir así, de hecho creo que podría contarlas con los dedos de la mano. A veces esa sensación es algo que se desarrolla, pero la mayor parte de las veces es casi instantáneo.

Ser realmente visto por otro ser humanos, tiene que ser una de las cosas más especiales porque sabemos que aunque intentemos ocultarnos no podremos, porque esa otra persona sabe, de alguna forma, cuando estamos siendo auténticos y cuando no.

He pensado mucho en esto y como por alguna razón, parece que yo le he hecho sentir esto a algunas personas, más de una vez me han dicho, no se porque pero siento que puedo contarte esto, o tienes algo que me hace confiar en ti, aunque yo se que nos conocemos poco.

Desde niña fui muy sensible, también era una niña entre extrovertida e introvertida. Disfruto mucho la compañía de la gente, y tal vez la vida de gitana me hizo aprender a escuchar y adaptarme, solo sé que si he notado esta cualidad de poder ver a la gente, no a todos claro, y no siempre.

Tal vez empezó cuando empecé a retratar a mujeres, mi maestra fue la maravillosa Sue Bryce, tomé todos sus cursos de Creative Live y de ella aprendí que para hacer un retrato a veces necesitamos ver la belleza que ni los mismos clientes ven.

Empecé a entrenar mis ojos (y tal vez mi espíritu) para poder contar en un fotograma la historia de una persona. La gente ha llorado frente a mi cámara, la gente se muere de la pena, se muere de la risa, quieren esconderse, pero finalmente se rinden, finalmente se abren, y me muestran aunque sea por un segundo su verdadero yo. Es una experiencia hermosa.

Hoy pienso si tal vez no debería hacer algo con esta cualidad que poseo, este entrenamiento en mirar a la gente. Esa misma magia de un retrato llevarla a otro nivel….

¿Y tú has sentido que alguien te haya desvestido el alma?

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Formas de vivir en un país violento

En las últimas semanas han pasado tantas cosas, algunas muy buenas, tanto que a veces me sorprende que sea mi vida, otras que me hacen preguntarme que demonios estaba pensando.

Hace poco tuve una conversación poco placentera con alguien sobre la violencia en México, estaba nerviosa por algunos sucesos reciente en Guadalajara, y me sentía vulnerable. Cuando iba para mi casa me sentí como si algo se me hubiera muerto por dentro, la esperanza de que vería un México mejor, si no libre de violencia, con menos impunidad. Pero escuchar de alguien que debería de estar sensibilizada con la violencia decirme “ah si los narcos”, como si nada fue como un puñetazo en el estómago.

Nunca puedo hablar de este tema con mis amigos mexicanos, cada vez que toco el tema, por alguna razón hay una sensación de que estamos hablando de algo tabú, es un tema incómodo. Nadie quiere admitir el elefante en el cuarto, que vivir en México es un laberinto en el que nunca sabes en quién confiar. Las pocas personas que han podido hablar conmigo abiertamente del tema me han dicho que se irían del país (y que sí podía irme que me fuera).

Verónica Calderón periodista mexicana dijo algo sobre el coronavirus que me pareció describía muy bien como me siento viviendo en México.

“La mezcla de desamparo, indignación, desconcierto, angustia, cansancio, tristeza y algo de esperanza de todos los días es muy difícil de definir.”

Ella hablaba del Coronavirus, pero para mi va más allá del virus.

Vine a México con tantos sueños, con tantas ganas de conocer mi país, a esta cultura que aprendí de forma remota, tenía tantas ganas de conocer a esa familia lejana, de visitar el pueblo de la niñez de mi mamá. Quería visitar la casa de la familia en Chicontepec, Veracruz. Quería hacer cine con toda la gente creativa increíble, quería ser más mexicana.

Hoy ya no sé que hago aquí, hay días en que no quiero salir de casa, y no es por la pandemia, hay momentos en que camino por la calle, escucho un ruido y mi corazón se para pensando que son balazos. Veo a la gente vivir su vida como si nada sucediera y no entiendo que sucede, porque no hacemos nada. Yo no hago nada.

Tal vez siento como ellos que no puedo hacer nada, tal vez tienen miedo de la represión del gobierno o de cualquier otro grupo que vea amenazados sus intereses; la gente desaparece en este país y nadie hace nada, ¿qué pasaría si yo salgo a protestar y no regreso? No pasaría nada. Sería una estadística más que a nadie le duele.

Vemos a los familiares de las víctimas de la violencia por las calles protestando con un cartel que lleva la foto de esa persona que perdieron y por un momento recordamos que las cosas no están bien, pero es demasiado doloroso, y simplemente los olvidamos.

Los enterramos con todas las otras tragedias del mundo y nos convencemos de que andaban en malos pasos, que eran personas malas o que simplemente les tocaba.

Hay gente en la Ciudad de México se queja porque hay otra marcha y llegarán tarde a casa o al trabajo, como si pensaran que sus protestas son poco válidas.

Por mi parte he llegado a la conclusión de que vivir en México tiene cada vez menos sentido porque yo no quiero también normalizar la violencia, no quiero que me deje de doler.

Me pasé días leyendo sobre este tema, y aunque se ha estudiado poco empezamos a ver que si hay efectos para la población en general de vivir en esta situación.

Aún así salgo a pasear a mis perros y me digo que tal vez las cosas no están tan mal (el país sigue funcionando no?) y pretendo (como buena mexicana tal vez) que yo sí estoy segura.

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Sueños de otro tiempo

Cuando empezó este año lo tenía clarísimo, tenía un plan para finalmente meterme de lleno en la industria del cine y darme la oportunidad de ir detrás de ese sueño de una vez por todas con todas las de la ley. No más ser tímidamente guionista, no más esconderme detrás de otro trabajo. No, este iba a ser mi año de cineasta.

Bueno todos sabemos que la historia de este 2020 no terminó como hubiéramos querido, de hecho ni siquiera llegamos al primer trimestre y ya todo se había derrumbado.

A finales de este año en contraste no tengo idea de cual es ese sueño que estoy siguiendo, más bien ahora solo tengo una filosofía de vida a la que he llegado después de meses de intentar controlar algo y darme cuenta que no puedo planear ni dos semanas.

Esta filosofía de vida se basa en 3 cosas:

  1. Haz lo que se siente bien.
  2. Me merezco estar bien y tener lo que deseo.
  3. Estar contenta con el presente está bien y no necesito ser más. Soy suficiente ya.

Estos 3 puntos estoy segura aparecen en miles de libros de autoayuda, y el internet está lleno de frases, citas e información para llegar a la iluminación. Sin embargo también está llena de una mentalidad de trabaja duro y lograrás el éxito, o solo necesitas tomar acción para ver resultados, etc.

Volviendo a inicios del año, mi año del cine se vino abajo en marzo, una semana antes de participar por primera vez con mi pase de industria en el Festival de Cine de Guadalajara.

Después de pasar meses frustrada por no poder avanzar con ninguno de los planes que había hecho, este mes pensando en planear mi 2021 me di cuenta que no tenía nada de ganas de regresar a los mismos proyectos, de intentar resetear el 2020 y volverlo a intentar en el 2021.

Todo ha cambiado demasiado, yo he cambiado. Me pregunté si se sentía bien ir por esos proyectos, y la respuesta fue un tímido no. Ok, no es que no quiera contar historias, no es que no me guste la idea de hacer cine, pero simplemente no tengo la energía para ir por esa ballena blanca.

Una ballena blanca, boom, si, hacer cine ha sido mi ballena blanca, pero y aquí es cuando se pone interesante la cosa, a la vez no. Por primera vez desde que hace 15 años me propuse hacer cine, me di a la tarea de analizar lo que estaba persiguiendo con tanto empeño.

Me di cuenta que mi idea de tener éxito era totalmente imprecisa, claro tenía esta noción de que iba a hacer películas y contar historias, pero que iba a definir que fuera exitosa o no, era algo que no había definido.

Cuando empecé a estudiar cine, la meta era obvia, terminar la carrera, después de eso fue encontrar un trabajo en la industria, pero los años pasaron y no encontré nunca ese trabajo deseado, encontré trabajos, pero ninguno que llenara mis ansias creativas, y emprendí un camino de hacer cine de forma independiente.

Entonces empecé a escribir mis propios guiones, y a producirlos, abrí un canal de Youtube, vendí mis guiones, trabaje produciendo, y si hice mi primer cortometraje como directora y guionista y lo mostré a un público nada despreciable.

Nada de estos logros parecían importar a inicios de este año, ante mis ojos nada de eso contaba, ¿por qué? Porque no tenía una meta clara. Probablemente haberme detenido fue una bendición, de otra forma tal vez hubiera seguido el camino, me hubiera empujado, cada vez más, sin saber exactamente a donde iba, buscando entrar a festivales, obtener financiamiento, producir proyectos más grandes y más grandes, mientras tanto siempre hubiera estado haciendo “muy poco”, o nunca hubiera sido suficiente en mi mente.

Sé que una gran parte de mi simplemente quería ser aceptada como parte de la industria, pero ni siquiera ahora sé que significa eso. ¿Significa premios en festivales, o una cantidad de producciones a mi nombre, o simplemente que la gente viera mis creaciones?

Cuando deje ir ese sueño, me sentí triste, pero estoy tan exhausta de empujarme al limite todo el tiempo, que la verdad estaba también aliviada.

Ahora miro el futuro, y sé que tengo un emprendimiento que quiero sacar adelante, y quiero continuar entrevistando mujeres increíbles y creativas para Youtube.

Me cuesta pensar que este es el fin de mi historia haciendo cine, pero honestamente ya no me importa a donde vaya, si se detiene un año o 20 o si queda como algo que me enseño mucho de la vida.

Lo importante ahora es disfrutar la vida, no más sacrificar hoy para después disfrutar. Tal vez la lección más importante de este año es que la vida es hoy y ahora y hay que disfrutarla lo mejor que podamos.

Desde el satélite de Venus, cambio y fuera.

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Liberarse de lo superfluo

Sientes que estas harto de todo, harto de las pantallas, de ir al mismo lugar, ver a los mismos convivientes (aunque los amas con locura), harto de sentirte que vives el mismo maldito día todos los días y nada sucede.

Si así me he sentido, y lastimosamente la falta de cosas por las que emocionarse últimamente me han llevado a consumir demasiado de lo que hay disponible, televisión, redes sociales, libros, comida, y sí, lo que pueda comprar en línea.

Pero esto me ha dejado con un vacío, de otro tipo, un vacío de propósito, y ahora necesito hacer borrón y cuenta nueva, desintoxicarme digitalmente, mentalmente, dejar de consumir, tanto.

Claramente no voy a dejar de comprar comida, y acabo de pedir cortadores para galletas navideñas (si eres amigo mío espera galletas de regalo navideño) pero tengo esta necesidad de deshacerme de todo lo que no me haga feliz. Hacerle al estilo de vida Marie Kondo, y solo quedarme con aquello que me haga feliz, que me haga sentir viva, y puedo asegurarles que son pocas las cosas que me hacen sentir así ahora.

Tengo ganas de no comprar cosas superfluas, tengo ganas de comer solo cosas que me hagan sentir ligera y vital, quiero sentirme viva otra vez, quiero sentir que aunque no parece que pasa nada, yo estoy viva.

Por ahora no puedo decir que me emociona el 2021, me da ansiedad mirar al futuro, y me da aburrimiento pensar en otro año como este….

Supongo que nos queda buscar nuevas formas de vida, de compartir y estar cerca, de a pesar de todo estar ahí los unos para los otros.

Tengo un vacío de abrazos y de besos, de risas compartidas, este año no he reído lo suficiente. Tengo un vacío que no logro llenar con nada más que con la voz de mi mamá.

¿Qué nos queda?

Nos quedan nuestros sueños, nos queda volverlos a abrazar, decirles que aunque este año estuvieron en pausa, si encontraremos una forma, tenemos que hacerlo.

El próximo año es el año de triunfar, lo sé. Tengo que creer en eso. Tengo que tener esperanza.