Érase una vez una cineasta llamada C que logró estrenar su primer cortometraje de ficción con un público de dos mil personas, pero que creyó que eso no era válido para su carrera porque sus métodos no habían sido los convencionales.

C creía que para poder llamarse cineasta tenía que dejar de hacer cine a su forma, con sus propios recursos, dejar de hacer alianzas con empresas privadas, asociaciones, fundaciones u organizaciones del gobierno que no tuvieran que ver con el cine o lo audiovisual, tenía que dejar de pensar en distribuir sus cortos en espacios alternativos para poder entrar a los festivales, que le pusiera algún europeo un sello de aprobación y poder decirle al mundo que ya había sido aceptada.

C se fue a vivir a México queriendo hacer las cosas “bien”, la contrató un señor muy “feminist”a con una productora audiovisual que le dijo que no creía que pudiera hacer cámara porque nunca le había visto con una y que le dio miedo su iniciativa y como empezó a brillar con sus clientes. Vió como dicho señor hizo una película, que puso en 3 festivales y nunca nadie más la vio.
En medio de una gran crisis, porque se quedó sin trabajo, renunció a su idea de hacer cine. Se dijo que era muy difícil (y ahí no estaba equivocada) se dijo que no quería hacer cine que se quedara en un cajón, se dijo que no tenía idea de como hacer que las cosas sucedieran en un medio elitista.
Pero había una idea rondándole la mente, y de vez en cuando en el silencio de la noche, todavía pensaba en lo bonito que sería ver esa película en una sala de cine.

Pasaron años, y la idea no se iba, se mudo de ciudad, empezó su propia empresa, le cayó una pandemia y en sus tiempos de ocio la curiosidad le ganó y empezó a investigar el tema de su idea, poco a poco, sin mucha confianza y sin saber si un día se atrevería a regresar al ruedo.

En su nueva ciudad, un lugar caliente y rodeada de gente emprendedora y de buen corazón se llenó de inspiración. Alguna nueva amiga le contó sobre como había logrado que una idea se hiciera realidad. Tal vez había esperanza también para C.
Más tiempo pasó, C regresó cerca de su familia, ya sin intenciones de hacer las cosas “bien” y aceptando simplemente hacer las cosas a su manera. Llegó un pequeño de ojos curiosos y sensibilidad infinita y en las noches mientras dormía su pequeño en su pecho se preguntó:

¿Si solo pudiera hacer una cosa además de cuidar a mi pequeño, qué sería lo suficientemente importante para quitarle atención a mi pequeño y hacer algo más?
La única respuesta en su mente fue esta idea que la había perseguido por muchos años. Tal vez ahora que había renunciado a todo, a ser aceptada, a hacer las cosas bien, a encajar en las ideas de la sociedad podría intentar, porque finalmente no había nada que perder.
Pasó otro año más.
Finalmente C se decidió y tras 15 meses de arduo trabajo, flaca y con ojeras de 2 kilómetros entregó su proyecto a unas sabias mujeres que le abrieron las puertas.

En ese espacio le dijeron que empezara a hacer alianzas, que pensara fuera de la caja, que estaba bien ser un ser hibrido, entre fotos, historias, música y cine. Que los cines eran grandes espacios pero que también estaban estos otros lugares para recibir sus ideas y que sobre todo debía poner en alto su nombre, darse la importancia que se merecía y trabajar en sus ideas para con ellas descolonizar a quien quisiera escuchar.
Después de muchos años C regresó a principio donde todo inició. Comenzó a usar de nuevo su intuición a confiar en su voz interior que ya la había llevado a hacer un hermoso cortometraje que se estrenó con un público de dos mil entusiastas de la danza en un espacio inesperado para el cine.

Continuara….