Estoy acostada, mirando el techo de madera clara de mi habitación. La cama es grande. En mi pecho está mi pequeño amor, soñando ya, contento y seguro bajo mis alas.
Hace más de un año me convertí en su mamá. A veces me pregunto por qué no hice tal o cual cosa antes de su llegada, por qué si nada más ha cambiado, si no tengo más conocimiento, si no tengo más herramientas de pronto después de su llegada es cuando sí puedo hacer estos proyectos que llevan años fermentados en mi mente.
Creo que cuando nació Benjamín también nació otra Cyndi, una Cyndi que por fin se la cree, una Cyndi que ya no pide permiso porque ahora cree en hacer las cosas a su manera.
Desde la llegada de Benjamín solo quiero enseñarle a ser su mejor versión y como enseñarle eso que yo misma no puedo ser, entonces tengo que ser, tengo que honrar a mi niña interna para poder enseñarle con el ejemplo.
Ahora son posibles cosas que antes no lo eran, nada cambio, pero sí todo cambió. Yo cambié, ese renacer de madre me ha quemado hasta los miedos, caminando con valor todos los días me siento ahora capaz de tanto más.
No tengo certezas, pero ahora no me quita el sueño la incertidumbre. Camino todos los días de la mano de mi niño, y tal vez el es el que ha inspirado todo esto, tal vez su presencia era lo que me faltaba, no porque haga todo por el más bien porque el reto de ser mamá es el reto más grande y si esto lo puedo lograr, lo demás también.