Nunca lo suficientemente buena, nunca en el lugar correcto, esa es la trampa del perfeccionismo.
La paradoja del mundo actual es que ser perfeccionista no es considerado algo perjudicial, pero en nuestro entorno donde todo se ve perfecto en la vida de los demás, ser un perfeccionista le quita toda la diversión a la vida.
El cambio de ciudad y de vida sacaron a la luz cosas que traía muy guardadas dentro de mí porque de pronto todo se revuelve, todo cambia y todo es lo mismo.
Hoy por hoy estoy recuperandome de mi perfeccionismo, lancé el canal de Youtube con un nudo en el estómago y nerviosa porque no es perfecto, pero ahí está ya a la luz de todos: Suscribanse aquí 🙂
Ser perfeccionista es no dejarse ser, es no disfrutar el día a día, es no darse crédito porque sí, lo estás haciendo todo bastante bien, excelente de hecho.
Tengo días buenos, como hoy, y días malos, en que todo lo cuestiono, nada es suficiente, no sé a qué hora voy a dormir porque siempre hay algo que hacer, algo que mejorar, siempre.
Y cómo lidio con esta parte tan presente en mi vida, esta parte que parece ser el combustible de mi vida. Dar siempre el 200% o morir en el intento.
Cuando siento que estoy empezando a sentirme ansiosa, y los días no me alcanzan para terminar todo lo que quiero hacer, cuando el cansancio es tan extremo que empiezo a soñar despierta con una playa desierta aislada del mundo, digo: ¡Qué se jodan!
Nada ni nadie es indispensable, todo puede esperar. Busco refugio en mi misma, en mi yo interior que siempre es amoroso, que siempre me perdona, que nunca me juzga. Busco la gracia y la luz en las cosas simples y decido aceptar lo mejor que puedo mi situación actual. Me doy tiempo, eso tan vital y que se me olvida que existe, tiempo para ser, para no correr.
Pronto volverán las ansias, y tendré que recordarme todo esto de nuevo. Soy una perfeccionista recuperándose, pero lo único que puedo hacer es tomármelo un día a la vez.