9 meses en Ciudad de México, nuevo trabajo, nuevas experiencias, y muchos retos, tal vez el reto más grande, hasta ahora, ha sido construir mi identidad entorno a mi origen. ¿Soy mexicana o no lo soy?
Técnicamente sí. Nací aquí, mi madre es mexicana, mi pasaporte también. Ya estoy escuchando a mi madre diciéndome que claro que soy mexicana, ella se aseguro de eso. Mi casa en Ecuador claro que es México chiquito. Pero mientras más pasan los meses, más me doy cuenta que no sé si puedo decir que soy mexicana, a veces uso palabras que la gente no entiende, cancelar aquí no es lo mismo que en mi cabeza, las gradas son escaleras, las piscinas son albercas, etc.
Otros días me doy cuenta que hasta puedo ser más mexicana que algunos, sobre todo cuando mis compañeros roban mis chilaquiles hechos en casa re-picosos, cuando cuento como se hacen tortillas desde cero, y que sé lo que es el mixtamal tradicional (masa para hacer tortillas).
La vida sigue y me como un pan con dulce de leche, porque no me gusta la cajeta, y el pan me lo como a regañadientas porque no encuentro donde comprar pan “decente”.
Solo soy medio mexicana, solo soy medio ecuatoriana, digo chévere y también que está chido, me gustan los tacos a morir, y podría a veces vender un riñón por un bolón de verde, esa estoy segura de que es la sangre guayaca en mis venas.
Cuando algún conocido que viene del sur habla de algún huevón yo lo entiendo, mientras el resto se miran con cara de confundidos, me siento de pronto orgullosa.
A veces me confunde esto, a veces me hace reír, a veces me siento sin patria, pero tengo corazón de gitana y me siento feliz de ser quien soy.
Lo acepto, no soy una mexicana común, soy la que se fue a volver.